Vivencias a pie de cama
Maripi Amigo Frías,
Hija del Corazón de Maria.
Enfermera de hospitalización.
El 2020 se cumplió 200 años del nacimiento de Florece Nightingale, precursora e iniciadora de lo que hoy es la Enfermería. Un año en el que se preveían reconocimientos a este sector sanitario tan silencioso y acallado como necesario y profesional. Seguro que quien pensó en conmemorar este año no podía alcanzar a imaginar cómo se pondría en boca de todos al personal de Enfermería. Quizá no visualizaba los informativos llenos de minutos dedicados a este colectivo y a su labor, que de un día para otro se hizo ‘visiblemente esencial’ para la sociedad mundial. Las imágenes que llegaban en pleno mes de diciembre de 2019 desde China de esas enfermeras enfundadas en varias capas de protección, durmiendo en el suelo de la propia sala donde atendían pacientes, llevando a cabo jornadas laborales de horas y horas ininterrumpidas, solo rotas por el contagio de una enfermedad que todavía era una gran desconocida para todo el mundo, pero que ellas ya habían mirado a los ojos y veían su virulencia y mortalidad a diario.
Poco tardó el mundo, apenas unos meses después, en dar cuenta y razón a lo que aquellas mujeres enfrentaban a diario. Faltando a la exhaustividad de los medios de comunicación. En España contemplamos el cierre de Italia, primero de una de sus provincias y poco después el confinamiento total del país. Aún no nos habíamos visto salpicados por esta ola, que solo dejó un par de casos aislados en puntos bien distantes de nuestra geografía. Unos pocos días después, España se sumó a la catástrofe.
Lo que viene detrás de esta corta percepción y recuerdo, es bien conocido y sabido por todos y está a disposición de cualquiera en amplios informativos que pueden leerse o visualizarse en internet. No voy a entrar ahí. O mejor dicho, voy a entrar de lleno. Porque yo personalmente fui una de esas ‘homenajeadas’ en tan singular evento. Enfermera desde hace 11 años, por vocación (con todas las implicaciones que tiene el término), en la brecha del cuidado de la vida en múltiples servicios y hospitales de la geografía española. Yo también fui de esas a las que aplaudían en los balcones a las 20h, y aún me recorre ese escalofrío de emoción al recordar semejante apoyo. También yo soy de las que sus vecinos dejaban mensajes poco cariñosos para que abandonara ese espacio común que cada día me llevaba al trabajo y en el que, por suerte o por desgracia, llegaba con más miedo que vergüenza sin tener muy claro si era o no portadora de un arma letal invisible. Yo también sufrí que nos llamaran héroes y villanos, que nos quisieran y nos odiaran por igual… Todo ambivalencias, contrastes y, sin duda, muchísima dedicación por los otros, sin importar quién es, qué opina de nuestra profesión, si me considera héroe o tal vez me dejó en algún momento una nota invitándome a abandonar mi propia casa en favor de su seguridad.
No he vivido en mi propia persona todo este tipo de experiencias, pero sí me hago cargo del dolor de los compañeros que sufrían estos actos por solo cumplir con su trabajo. La enfermería es quizá un ámbito privilegiado de cuidado del otro, de creación de lazos estrechos que curan, reconfortan, animan y tantas veces acompañan en el dolor de la pérdida o de la soledad. He oído muchas veces los muchos inconvenientes que tienen nuestros turnos de trabajo, la precariedad laboral que sufre nuestro colectivo, la dificultad de estabilidad que nos ofrecen los contratos por días o meses a los que aspiramos en tantas ocasiones. Son circunstancias que no te cuentan, pero que vienen (y esto sí, desgraciadamente) con el pack. Todo esto no tendría ningún sentido sin un fin noble como el que persigue nuestra profesión: el cuidado integral de la persona. Esto nos lleva a ser tantas veces psicólogos (sin intrusismo) de las dificultades y frustraciones que conlleva la enfermedad y la incertidumbre; humoristas y defensores del buen humor para arrancar en medio del dolor y la negatividad un resquicio de luz y de alegría; acompañantes de circunstancias cotidianas y curiosas por igual; confesores de pecados veniales y de estrecheces más amplias; mediadores en situaciones familiares complejas; confidentes de vivencias ‘de puertas para adentro’…
Si a todo esto le sumo mi ser de consagrada secular, que es lo que me sostiene y me impulsa, sale una mezcla preciosa de vivir desde el corazón y con corazón. Por vocación, corazón de madre al estilo de la Madre; por ocupación, madre de tantos enfermos que, aún habiendo cumplidos varias décadas más de años de los que yo tengo, se confían a mi cuidado, a mis manos y a mi palabra con total despojo. Combinación que hace de la dedicación de cuidar el arte más sagrado en sus versiones más complejas: al borde del contagio, perdiendo sueño y vida en cada turno de trabajo, llevando a cada enfermo y sus circunstancias ante Dios sin que ellos sepan nada, como el arma oculta que propicia por mi medio tantos milagros como compruebo a diario. Quien me conoce bien dirá que he sido siempre una persona tímida, más bien introvertida, con dificultad para mantener una conversación y sacar de mí aquello que toca mi corazón. Pero igualmente dirá que mi vocación de hija del Corazón de María transformó mi ser de tal forma que ahora vivo con el corazón a flor de piel, con conversación para rato, con la capacidad (y esto puedo reconocerlo porque es don y no mérito) para hacer de un drama un momento de luz, para arrancar una sonrisa en el miedo y una caricia en la desconfianza.
Gracias a la pandemia de la COVID-19 (no se asusten, en medio de la dificultad también cabe el agradecimiento), he aprendido a valorar mi profesión y a darle el mérito que hasta ahora no había encontrado. No por sentirnos importantes para la sociedad, sino por ser esenciales para que muchos o todos podamos vivir con plenitud esta vida de forma saludable, íntegra, fraterna, corresponsable con el otro y tremendamente compartida con todos.
Ningún EPI ocultó nuestro cansancio, nuestra alegría ni nuestras ganas de luchar por dar vida y cuidar la vida. Ningún virus nos inoculó tanto miedo como para no enfrentarnos con bolsas de basura a él en favor de aquel que sufría sus consecuencias. No es una ráfaga de orgullo lo que me impulsa, sino de agradecimiento por ser instrumento de cuidado, de cercanía, de esfuerzo en bien del otro. No es exclusivo del sector de la Enfermería. Estaría faltando a la verdad si me agenciara este privilegio. Pero sí es nuestra seña de identidad, de la Sanidad en su conjunto, que lucha por el bienestar de todos, que se entrega en la dificultad y en el riesgo de padecer aquello mismo que tratas de combatir.
La enfermería ha latido como corazón de la sanidad. Imagínate para alguien que sabe que Dios te sueña corazón de Madre qué puede significar esto… Gratitud, agradecimiento desmedido y deseos de poder hacer vida lo que se propone en el tercer objetivo de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030: “Garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades es esencial para el desarrollo sostenible”. Y fraterno, y humano, y global.
Maripi Amigo Frías,
Hija del Corazón de Maria.
Enfermera de hospitalización.
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