Paz y Reconciliación en la Vida y Misión de los Claretianos
Paz y Reconciliación en la Vida y Misión de la Congregación
Josep María Abella cmf
Obispo de Fukiaka
Ex Superior General Claretianos
Testigos de paz en nuestras comunidades
Todos hemos conocido personas que irradian paz a su alrededor. Las hemos conocido dentro de nuestra comunidad, en nuestras familias, en los diversos lugares a donde la vida nos ha ido llevando. Se trata de personas de distintas edades, con funciones y responsabilidades diversas, procedentes de múltiples contextos culturales. De todos modos, descubrimos en ellas unos rasgos comunes: humildad, preocupación por el bienestar de quienes viven a su alrededor, discreción, una capacidad de “saber estar” que las hace sentir cercanas sin que estorben. Nos sentimos a gusto junto a estas personas. Comunican paz. Sus actitudes y su testimonio de vida no “acusan” a nadie, simplemente “invitan” a vivir con gozo y esperanza, a no inquietarse.
Todos los claretianos hemos sido agraciados con la presencia de alguna de estas personas en las distintas comunidades de la Congregación donde hemos sido enviados. Cada uno recordará rostros y nombres, revivirá situaciones y sentirá de nuevo un profundo agradecimiento hacia ellas. Nos han ayudado a crecer. Reflexionando más a fondo descubrimos en estas personas una sólida espiritualidad que sostiene la armonía que percibimos en sus vidas. En la vida de estos hermanos verificamos lo que nos dicen las Constituciones en el número 10: “el amor a Dios y a los hermanos ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo y edifica nuestra comunión. Es el don primero y el más necesario, por el que nos configuramos como verdaderos discípulos de Cristo. Por tanto, toda nuestra vida misionera está regida e informada por este amor”. Son personas centradas en su vocación. Esto les confiere alegría y flexibilidad.
Creo que éste es el primer ámbito que debemos considerar en una reflexión sobre la experiencia de paz y reconciliación en nuestra historia congregacional. “Bienaventurados los pacíficos”, proclamó Jesús en el sermón de la montaña. Demos gracias a Dios por la presencia de estos hermanos que nos han “educado” en la cultura de la paz.
Paz y reconciliación en una comunidad cada vez más plural
La Congregación, a lo largo de su historia, se ha ido abriendo a nuevos contextos culturales que han enriquecido el patrimonio cultural y carismático del Instituto pero que han supuesto, al mismo tiempo, afrontar tensiones y conflictos. Repasando la historia congregacional nos damos cuenta de ello.
Nuestros misioneros salían hacia nuevos horizontes llenos de entusiasmo y generosidad. Iban a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios. Les impulsaba el celo misionero. Hemos admirado siempre y seguimos admirando esta disponibilidad. Sin embargo, por distintas circunstancias, no siempre supieron reconocer suficientemente los valores de las nuevas culturas con que se encontraban, sintiéndose con frecuencia “superiores” con respecto a las personas a quienes habían sido enviados. Solamente, con el paso de los años, profundizando la relación con los pueblos y las personas que los habían acogido, llegaron nuestros misioneros a amarlos con verdadera pasión. Se hicieron parte de esos pueblos, estudiaron su cultura y les entregaron su vida. Se trata de un proceso de encuentro que exigió, tanto personal como institucionalmente, un notable esfuerzo de apertura y conversión. El hecho de que los misioneros fueran enviados de por vida, los ayudó a una mayor integración en los pueblos y sus culturas.
El paso siguiente fue acoger a jóvenes de esos lugares en la comunidad congregacional. Hubo sus titubeos al inicio. ¿Falta de confianza? ¿Miedo a las diferencias y a los conflictos que pudieran suscitar? Costó, pero se dio el paso. La comunidad se enriqueció con la presencia de estas personas. Ciertamente no faltaron las tensiones y las incomprensiones. Surgieron los conflictos. Hubo necesidad de un paciente diálogo que ayudó a un mutuo entendimiento. Aprendimos a valorar las diferencias y a centrarnos en aquello que nos unía. Nos dimos cuenta de que no se puede ni debe absolutizar lo que es relativo. Ciertamente hubo sus dificultades, pero valió la pena dar el paso. Algunos sufrieron heridas en su corazón. El ejercicio del perdón y la reconciliación posibilitó un nuevo camino que dinamizó el servicio misionero de nuestras comunidades.
En este camino de integración, que ha sido también camino de reconciliación, ha surgido una nueva cultura congregacional que es la base de una convivencia pacífica y gozosa en cada comunidad y en la vida de la Congregación en general. En este proceso aprendimos que diálogo y reconciliación son pasos necesarios para posibilitar una gozosa convivencia y construir una verdadera cultura de la paz. Es un desafío que sigue presente y que continuará cuestionando siempre la realidad congregacional.
Una comunidad llamada a ser instrumento de paz y reconciliación en el mundo
Hemos sido enviados a testimoniar y proclamar el Reino de Dios, Reino de verdad, paz y justicia. No es una tarea fácil en contextos donde existen situaciones de violencia y enfrentamientos que provocan sufrimiento en muchas personas, especialmente las más débiles. La Congregación se ha visto obligada a afrontar repetidamente este tipo de situaciones. Se nos ha pedido ser instrumentos de reconciliación y de paz. Lo hemos intentado.
Lo he visto en muchos de los lugares que pude visitar en los largos años de servicio en el gobierno general del Instituto. En el desarrollo de esta misión de constructores de paz, observé algunas características que me parece importante resaltar:
- Nuestros misioneros no cerraron los ojos ante el conflicto porque sentían en su propio ser el dolor de las personas afectadas por las situaciones de violencia e injusticia. Se sintieron fuertemente interpelados por su grito. No permanecieron indiferentes.
- Observé que se analizaban las causas del conflicto y que no se actuaba por conveniencia propia o impulsados por intereses distintos del bienestar de las personas afectadas por dichas situaciones. Reconocer la verdad de los hechos es siempre el primer paso necesario hacia la reconciliación. Analizar las situaciones desde la perspectiva de quienes sufren es un criterio que se ha intentado mantener siempre.
- Me impresionó con frecuencia la audacia de nuestros hermanos que no callaron ni dejaron de actuar ni siquiera ante las amenazas de quienes detentaban el poder o de los grupos interesados en mantener las situaciones de injusticia y violencia en provecho propio.
- Buscaron todo tipo de oportunidades para el diálogo, aunque a veces pareciera una tarea imposible. Sentí siempre que nunca dejaron de creer en la urgencia y necesidad de este servicio. Lo entendían como parte integrante y fundamental de la misión.
- En muchas ocasiones tuvieron que aceptar el fracaso de sus esfuerzos, aunque ello no se tradujo nunca en un abandono de las personas que sufrían las consecuencias de las situaciones de violencia o injusticia. Se continuó buscando otros caminos posibles. Cuando fueron expulsados, marcharon siempre con un profundo dolor.
- Me di cuenta de la proyección que estas situaciones tenían en la vida personal de cada uno y en la vida de la comunidad. Vi cómo algunas comunidades claretianas acogieron o bien organizaron la acogida de muchas personas que huían de la violencia o que necesitaban protección. No se tuvo miedo a las represalias ni se dejó de denunciar las injusticias que estaban a la base de las situaciones de violencia.
- Observé con frecuencia que estas situaciones se retomaban en la oración personal y de la comunidad. Se buscaba luz y fuerza en la escucha de la Palabra de Dios y en la Eucaristía. El trabajo por la reconciliación y la paz no era solamente “acción social” sino “confesión de fe” en el “Abbá”, Padre-Madre de todos, que desea la felicidad de todos sus hijos.
- Pude darme cuenta de la fuerza que suponía el apoyo de los hermanos de Congregación (Provincia o Congregación universal) para quienes estaban directamente implicados en estos procesos de reconciliación y de construcción de la paz. Al mismo tiempo, siempre consideré el testimonio de estos hermanos como una aportación importante a toda la Congregación. Ayudaban a tomar conciencia de un modo muy concreto de la situación del mundo.
- Una última observación: el contacto con estas realidades me reafirmó en la convicción de la importancia de trabajar en red con otras personas y grupos comprometidos en la causa de quienes sufren las consecuencias de un mundo injusto y violento. La Congregación ya lo había reflexionado en un taller organizado por la prefectura general de apostolado y celebrado en Fátima (Portugal) el mes de agosto de 1989. Esto es lo que nos piden nuestras Constituciones en el número 46: “Compartiendo las esperanzas y los gozos, las tristezas y las angustias de los hombres, principalmente de los pobres, pretendemos ofrecer una estrecha colaboración a todos los que buscan la transformación del mundo según el designio de Dios”.
Es verdad que en la historia congregacional hemos cometido errores también en este ámbito, pero creo poder afirmar que nos ha guiado siempre una profunda convicción: no podemos permanecer indiferentes cuando está en juego la vida de las personas.
Josep M. Abella, cmf.
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