¿Necesitaba Afganistán ese tipo de ayuda?
Miguel Ángel Velasco cmf
Miembro del Equipo Claretiano ante la ONU
Afganistán: una tierra deseada por muchos
El día 15 de febrero de 1989 la Unión Soviética se retira de Afganistán. Sus relaciones pasaron del reconocimiento del gobierno pro-soviético de Afganistán (1978) por parte de la URSS, al asesoramiento y defensa militar para, finalmente, terminar en la invasión de Afganistán por las tropas de la URSS. La intervención de las potencias occidentales y, muy especialmente de Estados Unidos, no dejó de intensificarse desde el comienzo de la presencia de la URSS en Afganistán. El apoyo de los Estados Unidos a los grupos insurgentes, a través del suministro de medios ofensivos, fue clave para obligar a las tropas soviéticas a abandonar Afganistán. Poco a poco, los Talibanes fueron conquistando todo el territorio afgano, venciendo a los otros grupos insurgentes. Las relaciones entre los Talibanes, los Estados Unidos y los países occidentales pasaron, del apoyo, al conflicto y explotaron definitivamente tras el atentado a las Torres Gemelas (11 de septiembre 2001). La reacción de Estados Unidos, la OTAN y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas fue casi instantánea. La nueva invasión de Afganistán, ahora por parte de EEUU, apoyados en la OTAN, había comenzado. Después de 20 años, los Estados Unidos y la OTAN dejan nuevamente Afganistán en manos de los Talibanes. ¿Qué se ha logrado? La evacuación de tropas y personal desde Afganistán, ha sido casi tan caótica como lo fue la salida de la URSS en 1986 o la protagonizada por las tropas del Imperio Británico, masacradas en 1842. Afganistán ha sido, durante muchos siglos, tierra de paso entre Europa, Persia, Rusia e India; una tierra que, como ahora en el caso de China y Rusia, codician muchos.
Desde la óptica occidental
Los sucesos en Afganistán tendrían que hacernos pensar sobre los caminos que llevan a la creación adecuada de un estado-nación, basada en una paz duradera. Las últimas intervenciones de los Estados Unidos han pretendido, después de la correspondiente invasión con o sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, erradicar un problema para dar nacimiento a una democracia de corte occidental. De alguna manera, los Estados Unidos han sido herederos de una tradición que buscaba poner orden en el desorden; siempre desde un punto de vista occidental y con métodos occidentales. Echemos la vista sólo unas décadas atrás. El final de la Primera Guerra Mundial representó el hundimiento del Imperio Otomano y la creación de estados-nación con fronteras muy favorables a las potencias vencedoras (Francia e Inglaterra), que fueron quienes las diseñaron. La Segunda Guerra Mundial generó la independencia de las colonias y la creación de nuevos estados-nación; nuevamente las fronteras fueron creadas por los países occidentales. Esta vez el proceso de formación de las naciones-estado fue tutelado por Naciones Unidas (Trusteeship Council). Tengamos en cuenta que la fundación de las Naciones Unidas, recordémoslo, se realiza al terminar la II Guerra Mundial, y es heredera de la Liga de Naciones; las dos organizaciones nacieron para evitar la guerra; las dos nacieron también, desde la óptica histórica de Occidente; la Liga de las Naciones desde la óptica europea, la ONU, más desde la óptica de los Estados Unidos. La división de nuestro mundo con las fronteras actuales es, por lo tanto, muy reciente y se hizo, en su mayor parte, desde criterios occidentales; no es raro que se generen problemas, luchas y guerras dentro de un país o entre varios de ellos. No quiero decir las potencias des-colonizadores no buscasen lo más adecuado para las nuevas naciones, pero lo más común fue que muchas de las delimitaciones actuales no se hicieron buscando lo mejor para la población de cada país, y esto genera problemas.
La necesidad de un diálogo multilateral para poder comprendernos
El peso de la “óptica occidental” en la interpretación de los sucesos de cada parte del mundo, ha sido abrumadoramente predominante en los últimos siglos; de la misma manera que ha sido predominante la “visión occidental” en la organización económica mundial. Esta situación ha tenido ventajas, pero también muchos inconvenientes y ha sido la causa de muchos errores históricos. ¿No sería tiempo de que empezásemos a plantear las cosas de una forma distinta? ¿No tendremos que pensar y construir el mundo del futuro como una realidad más basada en la multiplicidad cultural? ¿No sería mejor apostar por un multilateralismo donde se pudiese dar un mayor diálogo entre las distintas riquezas culturales? Un diálogo basado, claramente, en los Derechos Humanos, los valores de la Agenda 2030 y los valores comunes de las religiones.
Me pregunto si los estrategas de la presencia de EEUU en Afganistán trataron de comprender profundamente la historia y realidad social del país, antes de decidirse a implantar los “sistemas de cabio social” prediseñados en Washington; quizá hubiese hecho falta, junto con las tropas de intervención, una estrategia para escuchar y tratar de comprender una realidad tan distinta a la europea o a la de los Estados Unidos. En principio, es una loable actitud la de querer democratizar un país; pero, tengamos en cuenta que un país no es democrático por realizar elecciones, sino por que sus ciudadanos están convencidos de unos determinados valores y hacen suyas las actitudes propias del respeto a cada persona en una sociedad. Comprender los valores democráticos implica: valorar a la persona y a la nación en su totalidad; creer que la persona está al servicio del pueblo y el pueblo de la persona; creer que cada uno podemos tener nuestras propias convicciones, pero respetando las de los otros y buscando el bien común. Estos principios, cada nación los entiende de una manera diversa debido a su configuración histórica; esta es la razón por la que cada democracia tiene peculiaridades que la hacen distinta a las demás. Cada nación ha de buscar su forma concreta de organizar su sistema democrático, siempre basado en sus raíces y tradiciones como pueblo. Desde otra óptica cultural, se puede acompañar este proceso de búsqueda del propio estilo democrático; nunca imponer y nunca pensar en que esta transformación se puede realizar en un tiempo reducido a cinco, diez o veinte años.
Un acercamiento distinto a problemas y soluciones
Ante guerras como las de Irak, Vietnam, Afganistán o la extinta Yugoslavia tendríamos que pensar qué es lo que se ha ganado. Está clara la destrucción y la muerte, pero, vuelvo a preguntar: ¿qué es lo que se ha ganado? Se ha acusado repetidas veces a la Unión Europea de inacción en medio de los conflictos; no podemos decir que, en ocasiones, esto no haya sido verdad, pero la Unión Europea utiliza otro tipo de diplomacia “exigir cambios y de dar algo a cambio”, en lugar de las intervenciones drásticas militares. No es posible dar respuestas sencillas a crisis de la magnitud de Afganistán, es cierto, pero quizá tengamos que aprender del camino que la ONU ha realizado respecto a la intervención en conflictos.
La ONU ha aprendido caminos alternativos: la “diplomacia preventiva” realizada a través de las mediaciones sigilosas del Secretario General de la ONU; la presencia de las tropas de interposición entre bandos enfrentados, los “Peacemaking – Peacekeeping” o “Cascos azules”; o los programas de los “Peacebuilding”, realizados no sólo por soldados sino, sobre todo, personal de las agencias de Naciones Unidas, ONG y la Sociedad Civil, centrados en el desarrollo humano de los países. De hecho, ahora, Naciones Unidas se está movilizando para obtener fondos para la directa ayuda humanitaria al pueblo afgano, alertando sobre el peligro real de un colapso humano y económico del país. Ante la situación de tragedia humanitaria la ONU, a través de su Secretario General, está llamando a la solidaridad internacional, no al boicot internacional. También en Afganistán, los que más sufren son los más vulnerables.
El papel de las religiones
Humildemente, creo que hemos de reconocer un papel importante a la acción coordinada de los verdaderos líderes religiosos en el tratamiento de enfrentamientos de todo tipo. El fondo religioso que todos tenemos es el único que puede, en ciertas ocasiones, movilizar la vuelta al diálogo, el perdón y la construcción de la paz. Lo estamos viendo en muchos lugares del mundo a través de la actividad de la diplomacia vaticana; pero poco podría hacer la diplomacia vaticana, en casos como los de Afganistán, sin entrar en diálogo con líderes musulmanes convencidos de la necesidad de la paz y el respeto a los seres humanos. También, hace siglos, parte de la Iglesia Católica, utilizó medios militares para resolver ciertos problemas y se dio cuenta de que esa no era su función en el mundo desde el Evangelio; se dio cuenta de que ahí no estaba la solución. Afortunadamente para todos, la ONU está reconociendo y utilizando, cada vez más, la colaboración con los líderes religiosos y las ONGs basadas en creencias religiosas (FBOs) en la resolución de conflictos.
En definitiva: los cambios en profundidad, los verdaderamente importantes, no se hacen ni rápidamente ni por medio de la fuerza. Los creyentes cristianos sabemos que Dios tiene mucha paciencia con nosotros y sabe que las imposiciones nunca llevan a buen final. Dios nos quiere libres y nos ha creado lo suficientemente buenos como para confiar en que, respetar nuestra libertad y enseñárnos a amar desde el ejemplo, es la forma adecuada para que construyamos un mundo de hermanos. Pero, ¡quizá hay una página del Evangelio que arrancaron y en la que se hablaba de la violencia como arma de convicción! ¡Tal vez esa página iba justo después de las Bienaventuranzas!
Miguel Ángel Velasco cmf
Miembro del Equipo Claretiano ante la ONU
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