Hablando del imperialismo ruso
Miguel Ángel Velasco cmf
Master in Development S. and Diplomacy. UNITAR
En estos días de mayo, estoy asistiendo al I Foro de revisión del Acuerdo Mundial sobre Migración aprobado en Marakech (13, julio, 2018). Entre las delegaciones presentes está, con todo el derecho, la delegación de la Federación Rusa. Sus intervenciones, dos hasta el día de hoy, miércoles, me han sorprendido porque ha acusado de neocolonialismo a la Unión Europea y a Estados Unidos. No me ha sorprendido la acusación que, en algunos aspectos es razonable; lo que me ha sorprendido ha sido que provenga precisamente de la Federación Rusa. Habría que predicar con el ejemplo y, desde luego, no es el caso de la Federación Rusa, ni de lejos.
ONU-Nueva York. Trusteeship Council Hall
Vamos a hacer un poco de historia y a examinar algunos mapas de este siglo XX; no es necesario ir más atrás para un pequeño artículo de opinión; aunque todos sabemos la larga y compleja formación de los estados-nación que ahora conocemos en Europa. Las fronteras han cambiado mucho, sobre todo en la zona central de Europa; la Gran Llanura Centroeuropea, sin fronteras geográficas claras, excepto los ríos Rin y Danubio, ha sido una de las causas principales. Alemania tuvo que esperar al Canciller Bismark para unir la diversidad de territorios independientes por siglos. Polonia, sin límites definidos por el este y oeste, llegó a desaparecer como unidad política. Rusia, siempre con el miedo de ser conquistada, trató de que Moscú estuviese lo más alejada posible de los estados independientes del oeste de Europa. Pero, volvamos al Siglo XX.
En el mapa 1 podemos ver la configuración de Europa antes de la Gran Guerra o la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918). Están presentes en el territorio europeo: el Imperio Ruso, el Imperio Otomano, el Imperio Otomano, el Imperio Alemán (1871), la unificada Italia (1870) y Francia e Inglaterra con sus imperios fuera de Europa. Es una Europa llena de imperios a punto de desaparecer tras las dos Guerras Mundiales; pero no todos desaparecieron.
La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa del 1917, reorganizaron el mapa de Europa, desmembrando los imperios Austro-Hungría y Otomano. El Imperio Ruso perdió parte de sus territorios del oeste; Alemania fue reconfigurada y recortada. Las negociaciones del Tratado de Versalles (1919), crean la Sociedad de Naciones y redistribuyen los territorios de Europa perteneciente a los antiguos imperios; algo semejante hace con las posesiones de estos imperios fuera de Europa. Los grandes ganadores, son Francia e Inglaterra, que se cuidaron muy mucho de asegurar y engrandecer su presencia dentro y fuera de Europa. En el mapa de Europa resultante de la Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles, vemos que están presentes la mayoría de los estados-nación que hoy conocemos, aunque algunas fronteras no sean las mismas.
La Segunda Guerra Mundial va a provocar una nueva redistribución de las fronteras europeas y, más aún, la desaparición de los Imperios francés e inglés. Será un órgano especial de las Naciones Unidas el “Consejo Fiduciario” (“Trusteeship Council”) el encargado de acompañar el proceso de nacimiento de las nuevas naciones-estado. Un proceso de descolonización realizado muy a regañadientes de las dos metrópolis e impulsado, en gran medida, por los Estados Unidos. Pero algo más ha cambiado en Europa: aparece lo que Winston Churchill denominó como “El Telón de Acero”. Mientras que Inglaterra y, sobre todo, Estados Unidos, buscaron la creación de países democráticos e independientes en su “zona de influencia”, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas creó “repúblicas satélites dominadas”.
La Unión Soviética logró llevar sus fronteras incluso más allá de los límites el Imperio Ruso en tiempos de los zares, antes de la Primera Guerra Mundial. Las negociaciones y acuerdos de Potsdam, que dieron por concluido el reparto después de la Segunda Guerra Mundial, crearon dos zonas de influencia: el Este y el Oeste de Europa. En el Este europeo la Unión Soviética recreaba el Imperio Ruso; en el Oeste europeo, recomenzaba la historia de los estados-nación democráticos. Comenzaba una época denominada “Guerra Fría” que concluyó con la caída del Muro de Berlín en 1989.
Durante el tiempo de la Guerra Fría, la Unión Soviética ejerció su papel como un Imperio clásico en Europa y en Asia Central; pero ejerció fortísimamente también su poder económico, militar y atómico por todo el mundo. La caída del Muro de Berlín llenó de esperanza a los países del Oeste, a los ciudadanos de la extinta URSS y a los países dominados, hasta ese momento, por el Imperio de la URSS. En realidad, lo que sucedió a partir de 1989, con la descomposición de la URSS y el nacimiento de estados independientes en Europa y Asia Central, se parece mucho a lo que sucedió al final de las dos guerras mundiales con el Imperio Otomano, el Austro-Húngaro, el Alemán, el Francés y el Inglés. El único que logró recomponerse hasta 1989, fue el Ruso. El ansia de independencia y libertad de unos países que buscaban recobrar, al menos, el estatus conseguido tras la Primera Guerra Mundial. No puede extrañar, después de lo que los pueblos de estos países han vivido que, por un lado, busquen el acercamiento protector al Occidente europeo (UE) y teman las reacciones del “oso” que representa a la Federación Rusa.
Los actuales dirigentes de la Federación Rusa, con cinismo e hipocresía, se atreven a criticar el Imperialismo Occidental, mientras que Vladimir Putin está tratando de reconstruir un imperio a la “antigua usanza”. Eso sí, sin renunciar tampoco a seguir adelante con el intento de dominio indirecto mundial a través, como en tiempos de la URSS, de las armas nucleares, la venta de armas y el envío de “consejeros”. En la Federación Rusa de Vladimir Putin se trata de reconstruir el Imperio a la manera tradicional, sin dejar de ejercer con fuerza el Neocolonialismo del que acusa a la Unión Europea y a los Estados Unidos.
Con esto no quiero decir que el Neocolonialismo Occidental, sobre todo en el caso de algunas potencias, no sea una realidad o, al menos, una constante tentación. Lo que me parece inaceptable es que la Federación Rusa de Vladimir Putin acuse de imperialismo a otros cuando ella lo está ejerciendo en todas las posibles acepciones de la expresión Imperio. Me pregunto qué diría Vladimir Putin si, en estos años, Austria, Turquía o Polonia hubiesen comenzado la “conquista” de territorios que pertenecieron a sus imperios, con la idea de defender mejor sus capitales y el “corazón” de sus estados-nación.
Dejemos que la configuración, mejor o peor, de los estados-nación, den como fruto la configuración, en libertad, de zonas de colaboración, de confederaciones o federaciones. No es tiempo de reconstruir imperios, mucho menos a costa de masacres, sino de construir espacios supranacionales de colaboración.
Miguel Ángel Velasco cmf
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