Gobernanza global: hacia un futuro mejor
Hace a penas cinco días recibía esta fotografía en la que aparece Jesús abrazando a un mundo cubierto por una tela estampada con las banderas de las naciones. Potente imagen para el momento actual cuando el Coronavirus nos hace vivir situaciones muy semejantes a todos; sea cual sea nuestra bandera o nuestro país. Hace cinco días la pandemia se extendía, básicamente, por China, Corea, Japón, Europa continental y comenzaba a preocupar en EEUU. El Reino Unido, América central y del sur, África y el resto de los países de Asia veían el panorama con cierta preocupación no exenta de lejanía. Hoy, cinco días después, el cierre de fronteras y aeropuertos, el confinamiento en las casas, la saturación de las Unidades de vigilancia intensiva (UVI) de los hospitales, la suspensión de eventos deportivos y otras muchas más cosas, se hacen transcontinentales. Mundial, Igual que la crisis económica que sucederá a la pandemia, que la crisis medioambiental, la depresión económica del 2008, las crisis migratorias o tantas otras realidades.
El Coronavirus, por alguna extraña razón, ha querido hacer su vivita “turística” comenzando por China, siguiendo por Europa y llegando a EEUU. Estábamos acostumbrados a que las enfermedades y pandemias vinieran de otros lugares no situados en el continente norte; parecía que aquí lo teníamos todo bien controlado. Toda enfermedad de este tipo es un desastre y produce un profundísimo dolor en las personas afectadas y en las sociedades a las que llega. Sólo hace falta fijarse en el número de muertes que está dejando por donde pasa; en concreto aquí en Madrid, desde donde escribo. Imaginémonos, por un momento, que esta pandemia se hubiese generado en algún país de algún recóndito lugar de Asia, de la Amazonía o en cualquier país del África Subsahariana. ¿Qué hubiese sucedido? Tal vez muchos de los habitantes de los países que el COVID-19 ha decidido visitar primero, hubiesen visto las cosas con una distancia crítica y, tal vez, hasta con cierto aire de superioridad: aquí eso no puede pasar. Por cierto, el COVID-19 ya está en América y África; estoy seguro de que los gobiernos aprenderán de Europa y no se confiarán tanto o ¿quizá estén pensando que a África no les afecta? Esperemos que todos los gobiernos, también los de Europa, estén a la altura cuando la pandemia se extienda por otros continentes.
¡No! y ¡mil veces no! Esta pandemia no es algo querido por Dios. Nunca el Dios Padre que nos envió a su Hijo Jesús puede querer algo así para sus hijos; pequeños, por muy importantes que nos creamos. El mensaje del Padre a través de la vida de Jesús de Nazaret lo vamos a celebrar dentro de poco: “El quiso hacerse uno como nosotros, en todo menos en el pecado” y sufrió, en sus propias carnes, la soledad, la injusticia y la falta de solidaridad. No podemos insultar a un Jesús que nos arropa, preguntándole por qué razón nos envía, su Padre y nuestro Padre, esta tragedia. La vida y la historia, y las limitaciones todas, tienen suficientes temas recurrentes como para que se dedique Dios a imaginar tragedias específicas para nuestras muchas infidelidades e inconsciencias. ¿Qué deberíamos aprender, creyentes y no creyentes, de lo que estamos viviendo por el COVID-19?
Si miramos Europa, las únicas instituciones que verdaderamente han funcionado han sido aquellas para las que los estados miembros de la UE ya habían aprobado autonomía de funcionamiento. Pero aquellas que dependen de que los jefes de estado se pongan de acuerdo, no están funcionando coordinadamente para dar respuesta a las necesidades de las personas. Esto no es nuevo en la Unión Europea. Haber dejado a Italia “sola ante el peligro” sin ningún tipo de solidaridad, recuerda a otras crisis monetarias y de migraciones, muy cercanas en el tiempo. Es urgente que Europa de pasos adelante hacia la federación. Estamos en un mundo absolutamente interconectado, sobre todo económicamente, que no puede jugar por más tiempo a los particularismos estatales. Los estados tienen que dar claramente pasos hacia la creación de una Gobernanza mundial. No tiene sentido la guerra comercial (¿) entre EEUU y China; todo esto va en sentido contrario a la evolución de nuestro mundo sin fronteras.
Reforzar las estructuras de colaboración y gobernanza internaciones es vital para todos. El cambio climático y los combustibles fósiles son un aviso; el COVID-19 es el segundo. ¿Cuántos más necesitamos? Es curioso que una de las razones para la imposibilidad de llegar a acuerdos en el COP25 Chile-Madrid fueron los petrodólares, los petro-gases y los petro-carbones. El petróleo Brent estaba en diciembre, fecha de celebración de la COP25, a 67,31 $ hoy está a 25,40 $, por causa de la crisis del Coronavirus. Me viene a la memoria la parábola de Jesús, en la que habla de un rico que no sabía dónde meter su cosecha, construyó unos graneros enormes y, esa misma noche, murió. ¿Cuándo aprenderemos a poner nuestro corazón en los verdaderos tesoros?
Termino con una cita del papa Francisco, de la encíclica Laudato si. Perdonad que sea un poco larga pero no tiene desperdicio. Dice así Francisco sobre el tema de la gobernanza global: “La misma lógica que dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar” (LS 175)
Miguel Ángel Velasco cmf
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