Formar personas para del mundo, crecer en humanidad
Rosa Ruiz Aragoneses RMI
Misionera Claretiana
Psicóloga, Teóloga, Pedagoga práctica
En todos los regímenes políticos y detrás de todas las ideologías, la educación es un caramelo disputado, un campo de batalla que todos quieren tener de su lado. Y es una pena. Si la educación estuviera libre de intereses partidistas, las cifras mundiales no serían tan preocupantes. Por ejemplo, en 2018 cerca de una quinta parte de los niños y niñas del mundo aún están fuera de la escuela y más de la mitad de la infancia y adolescencia escolarizada no alcanza los estándares mínimos de competencia en lectura y matemáticas.
Por si fuera poco, en este año 2020, la pandemia ha condenado al cierre de escuelas para el 91 % de los estudiantes de todo el mundo. ¡Nunca antes habían estado sin escuela tantos millones de niños y jóvenes al mismo tiempo! A este escenario hay que añadir el deterioro en el aprendizaje de cuantos siguen las clases on line en lugares donde no hay portátiles en las casas (siguen las clases con un móvil), y si lo tienen deben compartirlo todos los hermanos a la vez, y si pueden hacerlo, no tienen wifi en casa y si lo tienen, los cortes de luz son tan abundantes que en la práctica el proceso educativo está más que debilitado.
Ahora bien, suponiendo que en algún momento los organismos internacionales lograran una educación mínima que garantice las competencias básicas, sigue vigente el mayor problema: ¿es posible trabajar para una educación libre de sesgos ideológicos?, ¿debe ser el Estado y el gobierno de cada color el que lo garantice decidiendo según sus principios qué es una educación de calidad?, ¿conviene socializar la educación en cada país para que se oferten diversos estilos educativos (ideológicos y pedagógicos) para todos, como un servicio público y diverso?
Cada vez estoy más convencida de que no hay educación neutra o aséptica. Es imposible:
“La pedagogía jamás es neutra. Siempre está marcada por una elección (que no coincide necesariamente con la elección de un partido), por un determinado proyecto de ser humano y de sociedad… Los educadores que no “hacen política” practican de hecho la política de la sumisión al más fuerte”.
Por eso, sigo preguntándome si hay algún límite o, mejor aún, algún espacio común donde trabajar juntos en educación. Espacio común que debería traducirse, necesariamente, en leyes de educación transversales, que no cambien con cada nuevo cambio de gobierno o que no estén al servicio de dictaduras y pensamiento único que, por desgracia, siguen vigentes en algunos países de nuestro mundo. Sí, aún hoy, en pleno siglo XXI.
Pongamos el ejemplo de España:
· 1970, la LGE, iniciada en el régimen franquista y vigente hasta los 90.
· 1980, LOECE, propuesta por la UCD y recurrida ante el Tribunal Constitucional por la oposición.
· 1985, LODE, propuesta por el PSOE, también recurrida.
· 1990, LOGSE, la reforma pedagógica más honda, aprobada con el voto en contra de la oposición.
· 1995, LOPEG, centrada en la participación, evaluación y organización de los centros.
· 2002, LOCE, modificando puntos de la anterior, al gobernar el PP de Aznar. Fue derogada en 2004 al cambiar el gobierno.
· 2006, LOE, volviendo básicamente a la LOGSE. Aprobada con la oposición en contra.
· 2013, LOMCE. Gobernando el PSOE estuvimos a punto de lograr un pacto educativo, recuperando parte de la LOCE
· 2020, LOMLOE, propuesta como modificación de la LOE, impulsada por primera vez por un gobierno de coalición PSOE-UP pero también con el voto en contra de la oposición. Y más aún: en pleno de una pandemia que tiene paralizada la economía, el sistema sanitario y el educativo, dadas las dificultades de alumnos y profesores para responder a la “anormal normalidad” que nos toca vivir.
Pues bien, si alguien piensa que estos cambios ideológicos no afectan a la calidad del sistema educativo de un país, creo que se engaña. Si alguien no ve que se está supeditando la formación integral y competente de muchas generaciones al golpe de poder político, está siendo cómplice de tal intento de manipulación. Si pensamos que los continuos bandazos legislativos no minan el buen hacer del profesorado y su motivación, estamos ciegos.
¿No podríamos unirnos todos, con ideologías de derechas o de izquierdas, creyentes o increyentes, de la pública o de la concertada, en pedir a nuestros políticos mayor seriedad con la educación? Pues parece que no.
¿Estamos tan ideologizados que unos y otros somos incapaces de acoger diseños curriculares competentes elaborados por educadores y pedagogos especializados?, ¿realmente es tan difícil proponer visiones antropológicas que no excluyan a nadie y se centren en lo fundamental: crecer como personas? Pues parece que sí.
Como ciudadanos y/o educadores cristianos, intuyo dos retos que, en nuestro lenguaje, pueden ser llamadas de Dios:
1. Colaboremos en el espacio público a generar diálogo sin complejos. Con sentido crítico (leyendo previamente las leyes que critiquemos, por ejemplo), con opiniones fundamentadas, con criterios de fe actualizados (en antropología cristiana, moral, etc…), sin aumentar la crispación social o el enfrentamiento ideológico polarizado, sin usar la educación para otros intereses, sin dejarnos etiquetar en un determinado modelo por el hecho de ser creyentes sin complejos.
2. Hagamos de nuestras escuelas cristianas o de nuestro trabajo educativo en instituciones públicas un ejemplo de crecimiento en humanidad. No maestros de humanidad (¿maestros?), sino aprendices de humanidad. ¿Acaso no crece el Reino de Dios cuando crece la fraternidad y la apertura a la trascendencia?, ¿acaso no ganaríamos todos si hacemos de todo centro educativo una “cantera de un humanismo de fraternidad para construir la civilización del amor”?
Quisiera terminar con estas palabras de Francisco en la clausura del Congreso Mundial de Educación Católica, el 15 de noviembre de 2015:
“No se puede hablar de educación católica sin hablar de humanidad, precisamente porque la identidad católica es Dios que se ha hecho hombre. Avanzar en actitudes, en valores humanos, completamente, abrir la puerta a la semilla cristiana. Después viene la fe. Educar cristianamente no es solamente hacer una catequesis, esto es una parte. No es solamente hacer proselitismo nunca hagan proselitismo en las escuelas!, ¡nunca!― Educar cristianamente es llevar adelante a los jóvenes, a los niños, en los valores humanos en todas las realidades y una de esas realidades es lo trascendente. Para mí, la crisis más grande de la educación, en la perspectiva cristiana, es este cierre a la trascendencia. Estamos cerrados a la trascendencia. Educar pero con horizontes abiertos. Todo tipo de cerrazón no sirve para la educación”.
Quizá no nos vendría mal copiarnos estas líneas en algún sitio visible. No vaya a ser que mientras andamos enredados en disputas ideológicas, estemos abandonando lo esencial de nuestra vocación y de nuestra misión educadora: no permitir que nada ni nadie dinamite la calidad humana de nuestra sociedad: ni para los alumnos ni para los adultos.
Rosa Ruiz Aragoneses
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