El país más rico del mundo
Dr. Juan José López Jiménez
Agente de Cáritas y ArteTerapeuta Gestalt,
Geógrafo, Gerontólogo e Investigador social
Recuerdo hace tiempo que me invitó mi hijo Pablo a dar una conferencia sobre el problema del coltán y del Congo a alumnos menores de altas capacidades en un colegio de Madrid. La inspiración espontánea me llevó a iniciar la sesión preguntándoles cuál era el país más rico del mundo. Por allí asomaron voces que hablaban de Estados Unidos, China, Rusia, Alemania o incluso Suiza. Creo que conseguí captar su atención cuando les mostraba la República Democrática del Congo como el país más rico del mundo.
Un país que es cinco veces España, con más de 100 millones habitantes (13º en el ranking mundial, y con un potencial de crecimiento que duplicará su población en 20 años. Es el mayor productor de minerales valiosos como el coltán, el cobalto, cobre, cadmio, petróleo, diamantes, oro, plata, zinc, magnesio, estaño, germanio, uranio, radio, bauxita, hierro y carbón. Su territorio está cubierto por la segunda selva más extensa del mundo, tras la Amazonía, y es recorrido por el segundo río más caudaloso del mundo, el rio Congo (o rio Zaire).
Entonces… preguntaban los alumnos… ¿por qué es tan desconocido? ¿por qué está tan empobrecido estando a la cola del Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU? ¿por qué tiene uno de los conflictos olvidados de guerra más largos y sangrientos de la humanidad? La respuesta no es fácil, y no podemos caer en simplismos desde nuestra abotargada mentalidad occidental que enjuicia y señala a la mala gobernanza como culpable. Sorprende que un país independizado en 1960, tenga sus primeras elecciones democráticas en el año 2018, seis décadas después.
Una enfermedad endémica como la malaria cada año siega las vidas de cientos de miles de personas en esta tierra pujante. ¿Para cuándo esa vacuna de humanidad? El SIDA afecta a más de un millón de personas, pero el tratamiento sólo llega al 15%, y las epidemias de cólera siguen afectando a cerca de 50.000 personas.
No soy un analista internacional, pero si puedo transmitir una vivencia del pueblo de RD Congo que quizás pueda ofrecer un poco de luz en esta compleja oscuridad.
No soy un cooperante con experiencia de años, ni un misionero con arraigo de décadas en RD Congo. Me siento enviado por mis comunidades cristianas CLIP y CORINTO, para compartir con ellas un año más, una leve conexión con la realidad africana en el 2022 –ya estuve en 2009 y en 2019. Estos viajes nos permiten renovar nuestros lazos y compromisos con las gentes de allá. Vínculos pequeños, pero duraderos y significativos.
Cada año que voy África es en verano, aprovechando las vacaciones. Esta vez junté recuperaciones laborales, días sin sueldo y acordé con compañeros de Cáritas para liberarme en esta Semana Santa. En este tiempo de Pascua, me dejé caer por Kinshasa con-viviendo con la comunidad de padres claretianos de RD Congo, llenos de acogida, acompañamiento y servicio.
Este último viaje conecté con algo nuevo (siempre hay algo nuevo), las personas desplazadas y refugiadas que viven en RD Congo. Es como hablar de los más pobres entre los ya pobres. En Badara, se me quedan los ojos de los niños refugiados de Brazaville, apiñados en chabolas metálicas diminutas que ocupan el terreno que la parroquia claretiana de Los Ángeles Guardianes ha cedido para que pudieran asentarse. Caminar entre los refugiados en este país -ya bastante vapuleado por sus riquezas naturales-, me muestra el rostro de un Jesús resucitado. Sus celebraciones, llenas de tanta vida, me hacen pensar en la necesidad que en occidente tenemos de desprendernos materialmente para crecer espiritualmente. En RD Congo hay refugiados de todos los países vecinos, de Ruanda, de Burundi, de la República Centroafricana y de Sudán del Sur.
Grupos armados y enfrentamientos interétnicos han provocado también movimientos de miles de desplazados internos dentro de RD Congo. Los vi en Kasumbalesa, cerca de la frontera con Zambia, viviendo en chabolas, sin formación, sin empleo, precariamente. Son los frágiles rostros del éxodo y la inestabilidad cotidiana que muestran una extrema vulnerabilidad. Un proyecto social es necesario en medio de tanta diversidad de desplazados (Kananga, Kasai, MbujiMai y Balubakati), de lenguas (kikongo, chiluba, lingala, suahili), de empobrecimiento (sin formación, sin trabajo, sin futuro), así como un par de pozos.
La sangría de África es por todos conocida. Como contraste, en Kasumbalesa observamos varios kilómetros de camiones en fila con minerales pesados que salen por la frontera de RD Congo hacia Zambia. Miles de toneladas diarias salen de su tierra origen. Cobalto, coltán, uranio, cobre, casiterita, además de oro y diamantes. Es la codicia del mundo más desarrollado sobre unas riquezas naturales que permitan sostener un nivel de vida que no es universalizable. Se traza así un flujo de hipocresía donde las mercancías circulan libremente y las personas son retenidas, empobrecidas, relegadas a un mundo sin futuro, abandonadas. Esas personas se dan cuenta cada vez más, de esta injusticia estructural y estructurada para que el país más rico del mundo no levante cabeza.
Tuve el privilegio de poder contemplar un fondo de atardecer mientras se enciende el fuego compartido en la parroquia claretiana de Marie Mère de la Foi en Badara, donde viven refugiados de las revueltas internas de la región de Kasai. Cuando me veo bailando y cantando con ellos siento que formo parte de esa misma humanidad que contempla un majestuoso atardecer al encender la llama de la resurrección.
Tuve la oportunidad de volver a ver la Pediatrie de Kinshasa, y recordar mi penúltima estancia por allí con los niños huérfanos, abandonados con graves enfermedades. También de estar con el proyecto para mujeres jóvenes de Creer en Ellas, y disfrutar de las valientes mujeres voluntarias que lo llevan a cabo, casi todas argentinas, con Luisina a la cabeza y al corazón de todos. Las familias de Kindi nos acogieron como en casa, y compartimos sus inquietudes y anhelos, el trabajo de los hombres en la construcción de la maternidad, jugando con los niños, cantando con las mujeres, y paseando por la tierra rural de todos. Un proyecto comunitario emerge en un lugar del mundo en el que Franco, un misionero claretiano se deja la vida.
Ya de vuelta, continúo y reactivo el compromiso acá, la posible cofinanciación de los proyectos, la sensibilización de los miembros de las comunidades y más allá, la donación económica regular y constante… La ayuda humanitaria se traga todo en RD Congo y ¿para qué sirve? A pesar de la impotencia y de la magnitud de la tragedia, sirve para salvar vidas y estabilizar situaciones críticas. No pensamos que sirvan para un gran cambio a medio y largo plazo, pero sí sirve como signo de esperanza, de otro mundo posible.
Para ellos es un sentirse mirados, aunque esa ayuda dure la fugacidad del viento. Mejor que nada… es. Mejor que el abandono o excusas derrotistas del “no hay nada que hacer”, son respuestas pequeñas, no solo de subsistencia, sino también de desarrollo, ante grandes problemas, que sanan el alma herida y la humanidad amenazada.
A ellos les faltan zapatillas y equipamiento, en un mundo donde la luz y el agua se cortan cada día muchas horas. Les sobra ilusión, esperanza, espíritu emprendedor y constancia. Tienen la capacidad de transformación del mundo. Son la riqueza del mundo, el país más rico.
Si le doy la vuelta a este calcetín, veo que en el cascarón de occidente nos sobra lo que a ellos falta, y nos falta de lo que ellos andan sobrados. Ojalá algún dia alcancemos esta transformación para caminar juntos de la mano desde una interdependencia enri-crecedora..
Allí me enseñaron una sencilla canción antes de partir para Europa… :
Kumisama nkolo Jesu, kumisama nkolo (Gracias Señor Jesús)
Juan José López Jiménez
Padrenuestro en Suahili. Imágenes de la BBC
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