Algo nuevo está naciendo… ¿no lo notáis?
La Agenda 2030: No dejar a nadie atrás
Miguel Ángel Velasco López cmf
0- Introducción
1. Brotes nuevos
2. Un papa en la Asamblea general de las Naciones Unidas
3. Las cosas pueden cambiar
4. El largo camino recorrido hasta llegar a los ODS 2030
5. Claves, estructura y contenido de los ODS 2030
6. La Declaración de los Derechos Humanos y los ODS2030. No dejar a nadie atrás.
7. Implicando a toda la sociedad
8. La encíclica Laudato Si y los ODS 2030
9. Conclusiones aplicadas.
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Introducción
¨Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible¨, es el nombre con el que fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015 el documento que comúnmente llamamos Agenda 2030 o ODS 2030. Con un título tan pretencioso que hace realmente honor a su contenido, podemos imaginar que tiene múltiples posibilidades de abordaje. Dentro de esta 48 Semana de Vida Religiosa con el título “A vino nuevo odres nuevos. Tiempos de reforma eclesial”, he decidido elaborar una reflexión que sirva de introducción al conjunto de la Agenda, al proceso de elaboración y a la relación con la encíclica Laudato Si y con los Derechos Humanos. Estoy convencido de que esta Agenda 2030 se constituye en un espacio de diálogo y trabajo en común hacia una humanidad nueva en la que tenemos que estar activamente presentes las instituciones de Iglesia; no sólo por su contenido sino sobre todo por la inclusión decidida de la Sociedad Civil en su elaboración, seguimiento y evaluación.
El movimiento creado en torno a los ODS 2030 tiene aroma a vino nuevo y la Iglesia, en concreto la Vida consagrada, está invitada a beberlo. Para saberlo beber y sacarle el gusto correcto con todas sus variantes, contamos con la encíclica Laudato Si, mucho más que una “encíclica verde”.
De mano de estos dos documentos podremos entrar en un diálogo y trabajo constructivos con muchos agentes que buscan un cambio verdadero.
Una aclaración más. Una de las características de esta Agenda es la universalidad a la que nos llama ya que todos los países han de revisarse sobre su cumplimiento hacia dentro del propio país y en relación con los otros países. La presente reflexión concede, conscientemente, un peso mayor al compromiso universal que atañe a toda la humanidad en detrimento del análisis más concreto para España que ya cuenta con propuestas concretas[i].
1. Brotes nuevos
La búsqueda del sentido de las cosas, del mundo y de la propia vida han acompañado al ser humano desde el momento en el que pudo denominarse como tal. Junto con esta búsqueda constante por llenar de sentido la multiplicidad inabarcable de todo lo que existe, nació la tensión entre la realidad vivida y la realidad soñada. Un mundo mejor, una humanidad mejor, un entorno más humano, más amable, más fraterno. Esta búsqueda es consustancial al ser humano; algo que Dios Creador puso dentro de cada uno y todos en conjunto para que la sed del mundo y hombre nuevos guiase y alumbrase en el camino.
La Sagrada Escritura está repleta de signos-expresión de la búsqueda de sentido por parte ser humano y de las respuestas de Dios. La Escritura misma podría definirse como el fruto del acompañamiento dialogal que Dios ha realizado a la humanidad desde los inicios de todo. Dios Yahvé invitaba a buscar signos de su cercanía y de su empeño de no dejar solo al hombre en la tarea de seguir llevando hacia adelante su acción creadora; de seguir trabajando por hacer una humanidad pretendida fraterna desde siempre. Ante el escepticismo del hombre en esta tarea, Dios no se cansa de pedirle que mire, observe e intérprete las pistas que le da para tomar el camino adecuado. La historia de la humanidad está llena de esos signos que hace nacer el Espíritu para mantener la esperanza del hombre en que “un mundo distinto es posible”.
Jesucristo es la realización de la gran promesa de hacerlo todo nuevo, de seguir creando y recreando la humanidad hasta hacer nacer algo inenarrable; Él es el Alfa y la Omega que nos indica el origen y el hacia dónde de todo. Él nos pide que miremos y sepamos sorprendernos e interpretar los “signos de los tiempos” que nos presenta: ¨Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las fieras salvajes, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi elegido. El pueblo que yo me formé, para que proclamara mi alabanza¨ (Is. 43, 19-21). Jesús mismo nos invita a interpretar los signos que se nos presentan para que actuemos en consecuencia: ¨Observad la higuera y los demás árboles: cuando echan brotes, sabéis sin más que el verano está cerca¨ (Lc. 21, 29)
El problema es que, muchos muchas veces, nos empeñamos en no mirar “con los ojos de Dios” lo que el mismo Espíritu inspira y moviliza en la historia. Es lo que sucedió con Elías y el criado que subía a escrutar el horizonte desde lo alto del Carmelo. Él, y con él el Israel del escepticismo, se resistían a leer correctamente los signos de Dios; quizá porque habían perdido la esperanza en que Dios seguía siendo fiel a su Pueblo y conduciendo el diálogo con la Humanidad; quizá porque habían perdido la capacidad de sorpresa de los niños. ¨Elías subía a la cima del Carmelo allí se encorvó hacia tierra, con el rostro en las rodillas, y ordenó a su criado: -Sube a mirar el mar. El criado subió, miró y dijo: -No se ve nada. Elías ordenó: -Vuelve otra vez. El criado volvió siete veces, y a la séptima dijo: – Sube del mar una nubecilla como la palma de una mano: Entonces Elías mandó: -Vete a decirle a Ajab que enganche el carro y se vaya antes de que se lo impida la lluvia¨. (I Reyes. 19, 42b-44). Una nubecilla que se hizo lluvia crecida. ¿No estaremos interpretando algunas nubecillas del Carmelo a nuestro alrededor como nubes sin importancia cuando están llamada a ser lluvia fructífera para la tierra?
Como seguidores de Jesús estamos llamados a mirar al mundo y a la historia con el fin de descubrir los signos de Dios. El Concilio Vaticano II, desde la Eclesiología de Comunión, nos llama, a cada uno desde su ministerio y carisma, a mirar cara a cara al mundo y a escrutar los Signos de los tiempos. Como bien sabemos, el Espíritu no habla sólo en la Iglesia y a los creyentes; el Espíritu de Dios llena la tierra y los signos de su presencia y deseos para con la Iglesia llegan desde todos los lugares. La Gaudium et Spes nos lo presenta como frontispicio de la Constitución sobre la Iglesia: “la misión de la Iglesia es el anuncio al mundo de la Buena nueva de Jesucristo, por lo tanto, ¨sentir con el mundo¨ para percibir la llamada que el Espíritu nos hace, es lo primero. De este modo podemos decir que ¨Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia.” (GS.1)
La llamada del Concilio llega hasta nosotros en este momento para que seamos capaces de dejar a un lado el escepticismo. Se nos llama a abandonar la actitud que en todo ve ¨nubecillas¨ que no harán fructificar nada, para pasar a buscar en nuestro mundo las que son verdaderas ¨nubecillas del Carmelo¨ llenas de agua vivificadora. Para que esto sea realidad, la actitud de la comunidad cristiana ha de ser abierta a la sorpresa; sabemos que los milagros sólo eran interpretados como tales por aquellos que eran capaces de abrir los ojos de su alma para dejarse sorprender por Aquél a quien seguían. Ahora, en el Tiempo del Espíritu, es Él quien hace milagros y pide que abramos nuestro corazón a la sorpresa. La Misión de la Iglesia es el anuncio esperanzado y cercano de Jesucristo; ¨Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del mundo moderno¨. (GS, 4a).
Pues bien, en nuestro mundo, entre otros increíbles milagros, signo de este mundo que Dios no deja de su mano, se aprobó la Declaración de los Derechos Humanos y, en línea con éstos, como fruto de un largo camino, se aprobaron en 2015 la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Puede parecer excesivamente pretencioso hablar de los ODS2030 como un Signo de nuestro Tiempo a través del cual el Espíritu nos habla a los cristianos, pero creo que la recepción que la Iglesia y, en concreto, el Papa Francisco ha hecho de este documento, algo nos quiere indicar en este sentido.
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