Iniciativas de Paz y Reconciliación desde el País Vasco II
Una ética al servicio de la paz
Aitor Kamiruaga Mieza, cmf.
Director General del Colegio Claret Larraona
La construcción pacífica de la realidad social, como todas las propuestas humanas, puede ser contemplada desde diferentes perspectivas; siendo conscientes de los elementos configuradores de nuestra propia cosmovisión. El conocimiento de las fuentes de inspiración, así como el acercamiento a los criterios de lectura para la doctrina moral en torno a la paz, nos permiten ofrecer los elementos esenciales para la edificación de una convivencia pacífica.
Para llegar a comprender el alcance de dicha propuesta, es necesario que, como primer acercamiento, ofrezcamos los elementos que configuran la concreción de los criterios éticos en torno a la paz. Estas consideraciones pueden ser tenidas como expresiones apriorísticas, es decir, como la base que fundamenta el pensamiento ético, sin la cual no podría sostenerse la legitimación de una propuesta que se enmarca dentro de la doctrina social católica.
Para fundamentar la edificación de la convivencia pacífica en el País Vasco es necesario que se exprese la voluntad de querer y de hacer la paz. Es un principio que no puede ser obviado si no quiere construirse sobre vacío. En ocasiones, se ha puesto de manifiesto que las diferentes opciones sociales e ideológicas poseen como elemento común no sólo el anhelo de vivir en paz, sino el compromiso de querer construir esa paz. Este convencimiento, expresado a través de compromisos concretos, permite el acercamiento y el diálogo entre las diversas posturas, en orden a que cada opción pueda aportar lo mejor de sí misma en la elaboración de los criterios que deben fundamentar ese futuro pacífico.
Una segunda opción, que es manifestación de la fe cristiana, es la consideración de que la paz es don de Dios. La realización plena y feliz del ser humano posee una fuente de inspiración, Dios ha llamado lo que no existía a la vida, situando al ser humano como centro de una obra que, desde el principio, reflejaba la misma bondad de Dios. Existe una expresión, teonomía autónoma, que expresa la relación que se establece entre Dios y la humanidad. El ser humano necesita de la gracia de Dios para llegar a su vocación plena, ser imagen y semejanza de Dios; sin embargo, el mismo creador le ha concedido la libertad para optar por aquello que le conduce o le aleja de la voluntad de Dios.
Unido a lo anterior se nos ofrece la idea de que la consecución plena de la paz es una utopía que comienza a realizarse en nuestra realidad concreta. Desde la escatología cristiana se admite que la plenitud en la vocación humana viene por la victoria de la resurrección, cuando toda la realidad humana llegue a transformarse según la voluntad salvífica de Dios. Esperar la plenitud en un futuro del que no tenemos seguro ni el día ni la hora no es una consideración evasiva ni una invitación al desinterés por la construcción de una realidad que exprese el amor de Dios. El “ya sí pero todavía no” es la llamada que el cristiano descubre al compromiso concreto por realizar de este mundo el Reino de Dios. En nuestro mundo gustamos anticipadamente lo que en la resurrección experimentaremos como plenitud.
Un cuarto elemento lo constituye el hecho de que el compromiso solidario cristiano con la realidad se realiza a través de la eficacia de los valores éticos. Resulta evidente que la elección de unos fines y medios pasa por la legitimación de éstos como constructores de una realidad auténticamente humana. No cualquier fin o cualquier medio puede acceder a las pretensiones de legitimidad. La racionalidad humana debe descubrir aquello que contribuye al respeto de la dignidad humana de todas y cada una de las personas. Las normas éticas, concreción de aquello que se considera un valor, son la expresión de que los fines y los medios que pretende la humanidad se encuentran avalados por la misma razón humana. Pretender desatender los valores éticos llevaría al ser humano a la ley de la selva, donde el instinto y la fuerza se consideran criterios sólidos para la actuación.
Debemos insistir repetidamente en el compromiso que compete a cada uno de los cristianos, siempre respetando la libertad, y en la responsabilidad que corresponde a la Iglesia en cuanto a su tarea pacificadora en medio de la sociedad. Por otra parte, se debe reconocer con toda humildad que la fe cristiana no ostenta la patente en la edificación de la paz. En este sentido, el compromiso cristiano se realiza en colaboración con todas las personas de buena voluntad, que empeñan sus mejores fuerzas y deseos en que la tan anhelada paz se vaya haciendo cada vez más presente. Los cristianos no son los únicos que se esfuerzan en la construcción pacífica de la sociedad, por ello, es una invitación a la corresponsabilidad con todos los ciudadanos, sean de la ideología que fueran, atentos a intervenir en el diálogo social y a poder aportar lo auténticamente evangélico.
Teniendo en cuenta estas cinco consideraciones precedentes, trataremos de exponer los criterios éticos que deben sustentar la construcción pacífica del País Vasco. Hemos querido recogerlos a través de tres grandes expresiones que concretan lo que el Papa Juan XIII proponía como título de su célebre encíclica Pacem in terris, dirigida a la convivencia pacífica internacional: La paz entre todos los pueblos, que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Aitor Kamiruaga Mieza, cmf.
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