“y me vinisteis a ver”
Pastoral penitenciaria en España
Óscar Romano Yuste cmf
Capellán de la cárcel de Villena
La Pastoral Penitencia de España, en camino sinodal, ha querido escuchar a los privados de libertad. Tomo sus palabras.
La cárcel de Villena está en mitad de la nada. Apartados de la sociedad. ¿También apartados de la Iglesia, lejos de Dios y su Reino? Hay un sentimiento de marginación social, de “estar apartados” de la sociedad, también ese sentimiento se extiende a la Iglesia. Aunque haya gestos muy personales que se pueden valorar como que “cuentan para la Iglesia”, el sentimiento generalizado es que igual que son marginados de la sociedad, también lo son de la propia Iglesia. La Iglesia institución, o la Iglesia en libertad, tiene mala imagen en prisión.
Los presos no son ajenos a todos los comentarios que la propia sociedad genera, y si a esto añadimos que no tienen vida eclesial, ni de fe, ni comunitaria en libertad, la opinión final es negativa. Los medios de comunicación también van configurando la idea de Iglesia en la sociedad y los presos no son ajenos a ello. La imagen de la Iglesia, en prisión está tipificada como: “política”, “poder”, “empresa”, “dinero”, “puntos oscuros en su historia”, “de ricos y pobres” “resistente al cambio”.
Pero hay una Iglesia Samaritana. Los privados de libertad se identifican con esta Iglesia que acoge, acepta y acerca a Jesús. Una Iglesia que no pregunta el delito, una Iglesia que no pregunta el credo, una Iglesia que no pregunta el origen. Una Iglesia que trata a todos por igual. Todos tienen un sitio en la Pastoral Penitenciaria.
El ingreso en prisión supone enfrentarse cara a cara con la soledad. Supone entrar a un mundo desconocido, diferente, y muy cargado de prejuicios y estereotipos. Es mirar al miedo de frente, a la inseguridad de reojo y a la incertidumbre de cara. Por eso una palabra del capellán, una mirada del voluntario es una puerta que se abre a la vida, a la esperanza, al futuro. Una sonrisa, un abrazo, un saludo de manos es humanidad. El preso valora como muy positivo en prisión la Iglesia que le ayuda, que le llama por el nombre, que le invita a las reuniones y a la eucaristía.
La ayuda material en prisión ha sido uno de los grandes compromisos que la Iglesia ha realizado con los presos. El poner paquetes de ropa a presos que no reciben visita, o ponerles dinero en “peculio” a presos que no reciben ningún ingreso es algo habitual en la Pastoral Penitenciaria. El año 2020 la Pastoral Penitenciaria puso más de 220.000€ en peculio a internos pobres; miles de paquetes a presos sin apoyo familia y acogió a casi 3.000 presos de permisos que no tenían familia, tenía tutela. Esta realidad de ayuda social está muy asentada en prisión y muy valorada por los presos.
Durante un año normal (sin afectación por la pandemia) el 12% de los presos participa cada semana en las celebraciones de la eucaristía. Porcentaje que no dista mucho de la práctica habitual en libertad. Pero estos datos nos obligan a ser sinceros y reconocer que más de un 90% de los presos que van a misa en la cárcel, antes de entrar no iban y cuando salgan en libertad difícilmente se incorporarán a una comunidad de fe, de vida.
Cuando un preso ingresa en prisión, en la soledad de su celda, y mirando a su alrededor, se da cuenta de que está solo. Todo se viene abajo: familia, amigos, “colegas”. Muchos presos han levantado el ánimo buscando refugio en Dios, como así lo manifiestan algunos de los testimonios. Algunos inician la reconciliación con Dios en la cárcel, y a su manera rezan.
Las celebraciones en la cárcel son vivas, humanas y espontáneas. Se canta, se contesta y se participa tal y como se siente. No hay máscaras, no hay doblez. No hay que responder bien, ni cantar mejor para quedar bien. La misa en prisión ayuda y mucho a los internos, es ese bálsamo que da paz, que da serenidad, que tranquiliza conciencias.
El sentimiento mayoritario de los presos es que no se les escucha, ni en la sociedad ni en la Iglesia, y lo más triste de todos, es que lo tienen asumido. Lo ven “casi normal”. Son los malos, tanto para la sociedad, como también para la Iglesia. Les queda el consuelo de ser escuchados por la Iglesia en prisión, por nadie más.
PEDIMOS A LA IGLESIA. Después de todas las aportaciones al conjunto de la reflexión del Sínodo, los presos se han sentido libres y se han atrevido a proponer y pedir cosas concretas en temas muy puntuales y concretos. Peticiones que van desde necesidades de los propios presos, hasta sugerencias para un mejor funcionamiento de la Iglesia, según su punto de vista, claro. Al margen de las peticiones concretas valoramos como muy positivo el hecho de que se hayan sentido libres a la hora de opinar.
PEDIMOS A LA SOCIEDAD. Aunque las peticiones han sido más numerosas a la Iglesia, quizás porque era una reflexión que promovía la propia Iglesia, lo cierto es que por quien más se ven cuestionados los presos es por la propia sociedad en la que viven y en la que, en muchos casos, les ha enviado a prisión. Especialmente porque, aunque no participe en la Iglesia su vida puede seguir, pero en cambio sino encuentra un lugar en la sociedad, o no se le deja, su vida se complica mucho.
¿FALTA SENSIBILIDAD PENITENCIARIA DE LA IGLESIA? Muchos voluntarios sienten su labor y su sensibilización como “predicar en el desierto”. Lo cierto es que la cárcel y los presos no están al alcance de nuestra mirada. No los vemos, no los sentimos, y por lo tanto nos cuesta sensibilizarnos con ellos, salvo que sea una persona cercana a nosotros o a nuestra comunidad parroquial, entonces sí que nos implicamos.
LA FALTA DE ESCUCHA LLEVA A LA FALTA DE PARTICIPACIÓN. La Pastoral Penitenciaria es una pastoral marginal, no por sus destinatarios, que son presos y por lo tanto marginados de entrada, sino por la concepción dentro de la propia Iglesia. Por lo tanto, ante esta situación se necesita una capacidad de comunicación por parte de esta pastoral y también una gran capacidad de escucha por parte de la jerarquía eclesiástica.
Óscar Romano Yuste cmf
www.pastoralpenitenciaria.es
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