Los bosques, montes y áreas forestales: un elemento fundamental en la consecución de los ODS (II)
Francisco Javier Plaza Martín.
Ingeniero de montes.
En la primera parte se hizo una breve y sencilla exposición de las aportaciones de estas áreas a los ODS y a la agenda 2030: su importancia para la obtención de bienes y servicios de muy distinta índole a través de la gestión forestal y su principio de sostenibilidad, la trascendencia de las comunidades de personas locales y su vinculación a estas áreas, sus aportaciones al cambio climático, y la necesidad de integrar los aspectos ambientales, económicos y sociales.
En distintas áreas forestales del planeta y en contextos diferentes existen diversas debilidades, amenazas, oportunidades y fortalezas que no se deben afrontar ni de manera simple ni global. Un análisis adecuado permitirá establecer las medidas necesarias a nivel local en contextos heterogéneos en relación con la gestión, la preservación y la restauración.
Existen multitud de acuerdos, conferencias y convenciones que pretenden abordar distintas situaciones en esta temática con planteamientos globales. Se centran generalmente en problemas y ciertos mensajes catastrofistas, dejando en un segundo plano ejemplos existentes que pueden formar parte de la solución.
La diversidad cultural y del manejo de las áreas forestales está muy vinculada a la biodiversidad de los ecosistemas. Las dehesas españolas y otros muchos sistemas forestales por todo el mundo son un buen ejemplo. También son sistemas socioculturales.
En los Acuerdos Internacionales y Conferencias de las Partes relacionadas con las medidas a adoptar en relación al cambio climático o la biodiversidad, se están justificando o se pretende, la adopción de algunas medidas que generan controversias y que pueden resultar contradictorias en esta materia.
Por ejemplo, justificar determinadas acciones como la compensación de emisiones de CO2 mediante la plantación de árboles o el establecimiento de áreas protegidas pueden no ser coherentes para solucionar el problema e incluso contraproducentes.
Plantar árboles o restaurar determinadas áreas ya degradadas puede ser bueno teniendo en cuenta unos objetivos claros y el porqué, dónde, cómo, cuándo y cuánto. Pero justificar esta medida para compensar la huella de carbono sin atajar las emisiones puede no ser real (greenwhasing) y es una solución muy limitada, en todo caso, para el problema de las emisiones de CO2.
Primera cuestión a tener en cuenta es que recuperar áreas arboladas no debe atender a un único objetivo debido a la multifuncionalidad de bienes y servicios que producen. Es muy importante no olvidarnos del mantenimiento de extensos territorios forestales que necesitan intervención para cumplir y mantener su multifuncionalidad, no considerándose su cuidado como medidas compensatorias de CO2 a diferencia de nuevas plantaciones. Por último, se da la paradoja de que nos olvidamos de aquellas personas y propietarios vinculados a los territorios que mejor los han preservado, a los cuales se les restringe sus derechos legítimos estableciendo áreas protegidas.
Se plantea para el horizonte 2030 la “protección” del 30% de la tierra, e incluso se habla del 50% para el horizonte 2050. No hay ciencia detrás de estos objetivos. Son eslóganes. Personas como yo piensan que ese objetivo es un acaparamiento de tierras, una lógica del poder y el dinero y una patente de corso para el resto del territorio. Además, en multitud de ocasiones se genera una desvinculación de las personas a la naturaleza perniciosa para la sociedad. Esa desvinculación pone en peligro la supervivencia de áreas forestales al alejar a los pobladores vecinos y siguientes generaciones de los bosques.
Las áreas protegidas históricamente se han declarado en muchos casos mediante imposición, cercenando derechos e incluso desalojo de las comunidades que allí vivían y habían sabido vivir manteniendo los valores que dieron lugar a su declaración. Estas políticas de “conservación” basadas en el prejuicio de la incompatibilidad del ser humano y su entorno carentes de base científica contrastada, pueden causar un considerable mal en la población local e incluso en los bosques y la biodiversidad. El problema radica en una elevada carga ideológica de las categorías de las áreas protegidas que no permiten determinados usos que han sido seculares, no integrando la población local que ha convivido modulando los ecosistemas durante milenios. En vez de integrar y aportar a diversos ODS, nos adentramos en profundas contradicciones de políticas de biodiversidad a través de lo que se ha denominado “conservación fortaleza”, convirtiéndose en segregacionistas y estáticas.
Nos encontramos ante la siguiente paradoja: por un lado, a través de un mercado de carbono no atajamos el problema de emisiones fundamentalmente del norte global; por otro lado, las comunidades locales, indígenas, rurales, propietarios y trabajadores que durante generaciones han vivido y viven de las áreas forestales mejor preservadas, que son parte muy importante de la solución, sufren un fuerte agravio de terceros desde lugares lejanos. Esto lo puede sufrir un cazador-recolector de El Congo, un adivasi en La India, un pastor masai del Ngorongoro, un selvicultor francés, un municipio forestal español o una comunidad de propietarios de bosques finlandeses. Todos ellos son fundamentales para su correcto mantenimiento, gestión, aprovechamiento responsable, restauración y protección ante perturbaciones, implementación de medidas de adaptación y mitigación al cambio climático.
Estas situaciones que pueden resultar idílicas son el resultado del trabajo de muchas generaciones que ha sabido comprender e integrar el funcionamiento de la naturaleza con su forma y manera de vivir
Se debe reconocer su actividad, sus derechos, potenciarles e integrar su trascendental aportación a diferentes ODS. Lo contrario es un efecto territorial regresivo para extensos territorios poco poblados, perdiendo una oportunidad para la implementación de los ODS. Además se polariza curiosamente aún más la tensión territorial a favor de la sociedad urbana y desvinculada del trabajo de la tierra y la naturaleza.
El camino correcto no es segregar las personas de las áreas forestales. Las líneas de trabajo deben apoyar las funciones socioeconómicas de los bosques e impulsar la bioeconomía, preservar gestionando y vinculando a los distintos actores, ampliar racionalmente los bosques, revertir la pérdida de biodiversidad y garantizar ecosistemas forestales resilientes y multifuncionales.
No existen soluciones sencillas para problemas complejos. Se deben considerar las distintas situaciones y sus aportaciones a los diferentes ODS. La educación en el respeto es fundamental. Las soluciones nunca vendrán desde planteamientos globales. Las personas que trabajan la tierra y la naturaleza son y serán fundamentales. No existen dilemas, existen problemas. Planteamientos de blanco o negro siempre son una equivocación. No es “desarrollo o bosques”, todo lo contrario, es integrar las áreas forestales en el desarrollo. Un imaginario prístino es falso, defectuoso y disfuncional.
Siempre se debe priorizar las luchas reales de las personas por las necesidades básicas, la dignidad, la justicia, la solidaridad y la equidad, mejorando, sumando y cuidando el entorno y maximizando las aportaciones a los distintos Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Francisco Javier Plaza Martín.
Ingeniero de montes
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