“El día después” es una página web, un proyecto de colaboración y fue, esta semana, un momento de encuentro en Internet de más de mil personas. Cinco panelistas expusieron sus puntos de vista sobre cómo iba a afrontar el mundo las cosas después de la crisis del Coronavirus. Entre las opiniones, preguntas y respuestas de los panelistas surgieron algunas ideas, cuando menos, sorprendentes. Una de ellas fue la que encabeza esta reflexión. Muchos, decía el interviniente, se preguntan ¿cuándo volveremos a la normalidad?, ¡Cuándo volverá todo a ser como antes! El panelista se respondía a sí mismo: “espero que no volvamos a la situación anterior; vivir así es lo que nos ha traído a este desastre”. Es de esperar que el cambio sea a mejor; es lo que esperábamos todos los asistentes para “El día después”.
La I Guerra mundial; la Gran guerra; la que pretendía librarse en pocos días; la de la agresividad imperialista de la Alemania de Bismark, causó 16 millones de muertos en Europa. La necesaria reflexión, la que ha de darse después de toda catástrofe, no se hizo. Ni vencedores, ni vencidos. En el Tratado de Versalles (1919), los vencedores buscaron resarcirse con creces de los vencidos a través de las compensaciones de guerra. El odio de los vencidos hacia los vencedores creció sin medida, dando lugar a la segunda parte de la guerra. Quizá la II Guerra mundial se hubiera dado de todas las formas, pero no cabe duda de que el tratado de Versalles la aceleró. Sólo después 60 millones de muertos, una Europa destruida y países como Japón, Filipinas, China,… fuertemente afectados, se empezó a pensar que era necesario construir un orden mundial nuevo. A parte de los incontables daños materiales sufridos fueron, entre las dos guerras, unos 80 millones de muertos. Tras semejante devastación de países enteros, ¡por fin!, se vio que la solución no pasaba por imponer compensaciones de guerra a los vencidos; la solución implicaba pensar un nuevo orden mundial y pasaba por ayudar a reconstruir económica y democráticamente de los países. Los tratados de paz de Yalta y Postdam (1945) supusieron, por ejemplo, la creación de las Naciones Unidas (1945), fin del colonialismo, el nacimiento de la Unión Europea y, aún con todo, comenzó la Guerra fría entre bloques.
¿Por qué he traído aquí los recuerdos de las dos guerras mundiales? Las dos guerras, o mejor, las dos postguerras, nos dan pistas sobre cómo actuar después de una gran catástrofe. Y la pandemia del Coronavirus COVID-19 lo es. Cada país, o bloque de países, puede encerrarse en sus propios intereses y egoísmos (autarquía) o puede pensar a fondo sobre las razones de los males e imaginar un nuevo futuro. El nuevo futuro pasa a través de soluciones de Gobernanza global y de alianzas positivas, no excluyentes, entre países.
Poco antes de la aparición del COVID-19 el mundo estaba preocupado por la lucha comercial y estratégica entre China y Estados Unidos. Los países que participaron en la COP-25 salieron contentos, cada uno defendiendo lo suyo. Son dos ejemplos del camino del encerramiento, con muchos aspectos comunes a lo sucedido después de la I Guerra mundial. Yendo más hacia atrás, encontramos las Pandemias de la Gripe aviar y del VIH; este último lleva contabilizados 32 millones de muertos. Simplemente mencionar todos los desastres causados por el cambio climático, ampliamente comentado en este blog. Todo parecía que, dentro de lo malo, era relativamente normal y dominable. Pero llegó el COVID-19 y descolocó todas las preocupaciones grandes y pequeñas. Ante la inesperada rapidez de contagio y mortalidad del COVID-19, saltaron todos los sistemas de seguridad sanitaria de China y los países del Norte; cada país empezó a pensar en cómo solucionar las cosas por sí mismo sin darse cuenta de que eso es cuestión de tiempos pasados. China se cerro, al comienzo, perpleja por lo que sucedía. Europa manifiesta el egoísmo, la cerrazón y la dificultad de pensar desde la solidaridad entre los países de la propia UE. Incluso la ministra de Sanidad de Holanda considera que el cuidado de los mayores y enfermos propios de países como Italia y España es la causa de que hospitales y UCI (Unidades de cuidados intensivos) estén saturadas; ella lo ha solucionado no enviando al hospital a quienes no tienen curación (¿). EEUU, más bien Trump, piensa que “primero América” y luego… . Nuevamente estamos ante la solución egoísta y corta de miras posterior a la I Guerra mundial. ¿Quién se ha acordado de Haití, Ghana, la Amazonía, Indonesia, India, Uganda, Nigeria,… ¿ Miraremos más allá de nuestras fronteras? ¿Comenzarán nuestros gobiernos a pensar más allá de los cortos y particulares intereses?; ¿comenzaremos ellos y nosotros todos a pensar en la Humanidad como una realidad única e interrelacionada?
Durante estas semanas se han dado muchas muestras de solidaridad y de entrega en España, no dudo que en todos los países asolados por el COVID-19. Los primeros los encargados de atender la sanidad desbordada de los hospitales, pero ha habido gestos muchos más, como los voluntarios para llevar la comida a las casas de ancianos y enfermos o los miles de intervenciones solidarias y encuentros a través de Internet. La cercanía, dentro de la lejanía física, ha irrumpido en las relaciones entre vecinos de bloques cercanos o de pequeños pueblos; desde balcones y terrazas se hace sentir la fraternidad y. Está saliendo lo mejor de la gente; el anonimato que caracterizaba a los vecinos está saltando por los aires ¿Estarán los gobiernos de nuestros países a altura de la gente que los ha elegido? ¿Estaremos nosotros, creyentes católicos, a la altura de un mundo que necesita más que nunca la solidaridad y la esperanza? ¿Seremos capaces, toda la sociedad civil, de provocar un cambio de época; un cambio de paradigma a la hora de organizar las relaciones en el mundo? La respuesta a todas estas preguntas es, necesariamente, SI.
Decía el papa Francisco en la oración de la tarde del 27 de marzo: “Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.
¿Volver a lo de antes?, ¡no, por favor! Todos estamos llamados a empujar el mundo para que el Nuevo orden mundial que salga de todo esto sea mucho más solidario y responsable. Tenemos unas cuantas hojas de ruta. El Evangelio es, para nosotros los cristianos, la primera, pero tenemos un espacio común de trabajo con todos los seres humanos. La Agenda 2030 para los Objetivos de Desarrollo sostenible representa el horizonte común. Es el Nuevo acuerdo (New Deal) por excelencia.
Miguel Ángel Velasco cmf
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