Félix De Lama cmf
Llevo 46 años conviviendo y trabajando con el pueblo Guna de Panamá, 28 en Gunayala, su territorio tradicional, y 18 en la ciudad de Panamá con los gunas migrantes. No puedo ocultar que ha sido y sigue siendo una dicha y un privilegio. Ha sido un permanente proceso de purificación, aprendizaje y enriquecimiento. Desde la inserción primera en la vida de las comunidades, el acercamiento y descubrimiento de su riqueza cultural, el asombroso hallazgo de la fuerza reveladora y liberadora de su religión tradicional, se generó un proceso de complicidad y de llegar hacerme parte de ese pueblo, compartiendo sus gozos, sus luchas, sus sueños. La siguiente frase marcó e inspiró nuestra vida: “El Proyecto de Vida del pueblo Guna es mediación privilegiada del Reino de Dios”.
Asumir todo esto suponía asumir también las contradicciones, acusaciones, sospechas y críticas provenientes, tanto de la sociedad envolvente como de sectores importantes de la misma iglesia.
Entre otros muchos factores, la celebración de los 500 años de la invasión española a Abia Yala, posibilitó que, desde la década de los 80, en los diferentes países los pueblos indígenas comenzaran a hacerse oír su voz, a exigir sus derechos y reivindicar su condición de sujetos. Se fueron haciendo organizaciones nacionales, regionales y hasta continentales. Fue un proceso tan significativo e importante, que para los aparatos de seguridad de los estados la cuestión indígena fue puesta entre uno de los puntos más sensibles para la seguridad nacional. Incluso en el documento preparatorio a la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Aparecida, la llamada “emergencia Indígena” era considerada como una amenaza.
Pero, las organizaciones indígenas asumieron un papel protagónico, se organizaron mejor, haciendo redes, haciendo alianzas con otros sectores, promoviendo foros, Encuentros, etc., y abriéndose espacios en las instituciones políticas internacionales. Fruto de todo ello, son el Convenio 169 de la OIT, la Declaración de los Derechos de los pueblos indígenas de la ONU, y otros muchos instrumentos jurídicos internacionales contra el racismo y la discriminación. Nunca hasta ahora se habían reconocido a nivel oficial e institucional y con tanta claridad los derechos de los pueblos indígenas.
Pero, contradictoriamente, es en este momento en el que la vida de los pueblos indígenas está más amenazada que nunca. A lo largo de los siglos, los pueblos han sido siendo desplazados hacia las montañas o hacia las costas. Ya no hay refugio o lugar donde desplazarse. Empresas mineras, hidroeléctricas y turísticas están amenazando los últimos territorios ancestrales de los pueblos. Para no hablar de la negligencia y, en algunos casos, hasta la hostilidad de los gobiernos a crear políticas públicas que den el protagonismo a las autoridades y organizaciones indígenas para el diseño de estrategias socioeconómicas, educativas y culturales para sus pueblos. La criminalización de sus dirigentes y sus propuestas son un hecho.
A nivel eclesial, se ha producido también un avance. La Conferencia de Aparecida, dejó a un lado lo afirmado en su documento preparatorio y calificó la emergencia indígena como un “Kairós” (DA 91), y afirma la necesidad de la descolonización de las mentes y del conocimiento (cf. 96). En la Laudato Si, entre otras cosas, se exhorta a la “Ecología cultural” (143-146). Y en Querida Amazonía se anima a la “conversión cultural” (cap. III). Y son innumerables las palabras y los gestos del papa Francisco que invitan al reconocimiento de los pueblos indígenas como sujetos en todos los ámbitos de la vida.
Pero, desgraciadamente, uno tiene la impresión de que también acá queda en palabras y propósitos. En las iglesias locales no acaba de calar estos mensajes. Además, está la preocupación de que son pocos los jóvenes que vibran con estos temas y están dispuestos a comprometerse.
Los retos y desafíos siguen en pie. Aunque ahora tenemos apoyo en leyes, convenios, documentos, etc.
Estoy escribiendo esto en una comunidad de Gunayala, en la que me pilló la pandemia y donde llevo confinado ya 9 meses. ¡Pobrecito! dirán algunos. La verdad que es una dicha y un gozo poder disfrutar de la fraternidad y solidaridad comunitaria (¡el tesoro escondido!), careciendo de muchas cosas, pero valorando y reconociendo lo principal. Acompañando la conciencia de que cuando hay organización y producción propia se pueden enfrentar mejor las crisis.
Felix de Lama cmf
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