Desde la realidad: ¿Qué significa educación de calidad? ODS4. España
Lourdes Tabernero Pérez
Profesora de Física y Química (Educación Secundaria)
Comunidad de Madrid. España
Seglar Claretiana
La Agenda 2030, en su ODS 4, propone:
“Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.”
Vaya por delante que no hay un concepto universal de educación de calidad. En la actualidad, el concepto dominante es que la calidad de la educación viene determinada por el rendimiento escolar alcanzado por los estudiantes y al mismo tiempo por las escuelas. Así, la escuela o el sistema educativo será de calidad si obtiene buenos rendimientos académicos. Esto, en principio, parece razonable. Sin embargo, esconde muchos factores que hay que tener en cuenta.
En primer lugar, hay que considerar qué tipo de alumnado integra cada escuela. Incluso manejando alumnado homogéneo, hay que analizar otros factores cualitativos que responden a una concepción de educación en la que, siendo importantes los conocimientos adquiridos por el alumnado, se pone especial énfasis en aspectos tales como el respeto, la responsabilidad, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia, … etc., favoreciendo las relaciones de aprendizaje y convivencia, en definitiva, una educación en valores.
No podemos olvidar que la educación es mucho más que enseñar conocimientos cuya transmisión pueda ser medida cuantitativamente. No se trata de formar trabajadores y consumidores para un mundo globalizado, sino formar ciudadanos críticos, participativos, capaces de afrontar colectivamente los problemas de la sociedad, y construir una sociedad más justa. Hay que distinguir lo obligatorio y lo esencial. En este sentido, comentaba un compañero docente, profesor de matemáticas: “…las ecuaciones de segundo grado me parecen accesorias comparado con enseñar a respetar a quien tienes al lado.”
Por otro lado, decir que la escuela debe ser inclusiva nos obliga a analizar el término INCLUSIÓN. Y eso nos lleva al discurso de la “atención a la diversidad”, a la “enseñanza personalizada” a la “educación compensatoria” que surgió para ofrecer al alumnado con más dificultades un lugar de superación.
Todos estos términos están presentes en los documentos oficiales de cualquier centro educativo: Proyecto Educativo de Centro (PEC), Programación General Anual (PGA), las diversas Programaciones Didácticas hacen alusión a todos ellos. Sin embargo, en ocasiones, dichas medidas se quedan en papel mojado y no llegan a su destino natural, es decir, los alumnos de nuestras escuelas. A veces los enunciados son demasiado generales: “el Centro articulará las medidas necesarias para…”, otras veces no están suficientemente pormenorizadas: “qué, cómo, dónde, quién y cuándo se llevarán a cabo.”
Después de 33 años de experiencia como docente, pasando por varios institutos de secundaria en Madrid, he podido constatar que, en los centros educativos, aunque no en todos con la misma intensidad, existe diversidad de alumnado. El abanico de perfiles es amplio. Por un lado, están aquéllos que, pase lo que pase, alcanzarán los objetivos y cursarán con aprovechamiento la secundaria obligatoria y el bachillerato. Con ellos disfrutamos, pero nuestro quehacer docente debe hacer hincapié en otro tipo de alumnado con dificultades de diversa índole: familias desestructuradas, dificultades económicas, chicos de la calle, víctimas de abusos, de adicciones, de malos tratos, bandas urbanas, inmigrantes (he conocido algunos que habían llegado a España en patera).
Cuando una escuela recibe a un alumnado tan diverso, es preciso, por necesidad y por convicción, ponerse a trabajar de lleno en los dos caballos de batalla de un centro educativo: la convivencia y el fracaso escolar.
La escuela es un lugar de encuentro y relación entre personas diversas y por tanto, un espacio donde el conflicto es un proceso natural. Ocultarlo o ignorarlo no es una respuesta educativa. Es preciso abordar el conflicto de forma dialogada y aprender de él, viéndolo como una oportunidad para aceptar la diversidad y entender las razones y vivencias del otro.
En mis últimos años de docencia he tenido el privilegio de participar en el “Equipo de Convivencia y Mediación” de un IES (Instituto de Enseñanza Secundaria) de Madrid, situado en el barrio de Vallecas. Este equipo surgió con el objetivo principal de resolución de conflictos a través de la mediación formal y con ello mejorar la convivencia. Posteriormente los objetivos y actuaciones se fueron ampliando y enriqueciendo, como respuesta a las necesidades del Centro y siguiendo las propuestas de los integrantes del equipo. Creo que la clave del éxito de equipos como éste está en la participación activa del alumnado.
Es muy educativo para ellos porque les va inculcando conceptos como la responsabilidad, el compromiso, la ayuda entre iguales y el hábito de cooperación. Participar en el establecimiento de las normas del Centro o del aula, reflexionar y tomar decisiones sobre las consecuencias de su incumplimiento, intervenir (previa formación) en resolución de conflictos, y ser protagonistas actuando en diversas situaciones (baja autoestima, malestar, soledad, dificultades académicas, etc.) contribuye, sin duda, a su crecimiento y madurez personal. Y los resultados suelen ser sorprendentes para todos.
Recuerdo una ocasión en que un grupo de alumnas del equipo decidió llamar a un alumno. Estaban convencidas de que él causaba sufrimiento a una compañera, a la que molestaba de forma sistemática, así se lo hicieron saber. Creo que no podré olvidar la cara del muchacho, que se vio rodeado de iguales que le trasladaban con unas formas exquisitas ―todo sea dicho― la preocupación que tenían por su actitud. Ni la mayor de las amenazas, ni cualquier otra sanción preventiva podría haber sido más eficaz.
Todo esto requiere la iniciativa de parte del profesorado y por supuesto del apoyo y liderazgo de los equipos directivos, para crear en los Centros las estructuras necesarias para el desarrollo del proyecto.
Los principales objetivos deben ser:
· Fomentar ambiente adecuado para el proceso de enseñanza-aprendizaje.
· Prevenir conflictos y plantear vías de solución cuando surjan.
· Fomentar el diálogo como forma habitual de relación.
· Ofrecer una visión positiva y enriquecedora de los conflictos, gestionados de forma dialogada.
· Establecer cauces para prevenir el acoso escolar.
· Formar y mantener un equipo de alumnos con las habilidades y destrezas necesarias para ayudar a resolver conflictos.
· Ofrecer ayuda al alumnado en situación de desventaja personal o social.
· Proponer medidas constructivas cuando sea necesario aplicar sanciones.
· Lograr que la diversidad cultural sea vivida como un valor que enriquece la convivencia.
Lógicamente cada Centro deberá poner el acento en lo que considere más necesario, según las características de su alumnado.
En mi experiencia como docente me he marcado dos pautas que he tratado de seguir siempre: no perder nunca la ilusión y mantener las ganas de aprender, tanto de compañeros como de alumnos. No debemos olvidar que la escuela es el lugar donde hoy conviven las mujeres y los hombres del mañana más próximo, y hemos de ser conscientes de la grandísima responsabilidad que tenemos entre manos. Ser educador es una profesión muy grande, ayudamos a formar, sobre todo como personas, a nuestros alumnos, y eso merece un gran respeto que, aunque no siempre se reconozca, nosotros los docentes lo sabemos y debemos hacernos merecedores de ello.
Como resumen, educar es una tarea de gran complejidad y responsabilidad, pero ilusionante y gratificante.
Y termino con una frase de Karl Menninger: “Lo que el maestro es, es más importante que lo que enseña”.
Lourdes Tabernero Pérez
Profesora de Física y Química (Educación Secundaria)
Comunidad de Madrid. España
Seglar Claretiana
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